2020. logros genealógicos

2020. MIS LOGROS GENEALÓGICOS PERSONALES

El año 2020 pintaba bien. Parecía que sería buen año, para avanzar en mis búsquedas e investigaciones personales. 

 

 

Uno de mis planes era visitar el Archivo Diocesano de Ourense, para dedicarle un poco de tiempo a mi genealogía. Sabía que los libros de la parroquia de Santa María de Castro Caldelas acababan de ser transferidos allí. Así que, por fin podría saber un poco más de esa rama de mi familia materna, oriunda de la “noble y real villa de Castro Caldelas”.

 

 

No podía imaginar entonces, que el COVID-19 irrumpiría en nuestra vidas y que todas esas visitas que tenía planeadas, se limitarían a una sola.

 

 

Con la llegada del COVID-19 tocaba preguntarse, si agotada la vía de la investigación presencial, cabía la posibilidad de seguir avanzando en mi genealogía.

 

 

Afortunadamente, hay muchas formas de trabajar con nuestra genealogía y el confinamiento estaba ahí para mostrármelo. Esta inesperada situación era una invitación abierta a ir hacia adentro.

 

 

La vida me estaba regalando tiempo y silencio. Me ofrecía, además estímulos que llamaban con insistencia a la puerta de mi inconsciente y me invitaban a reconectar con experiencias pasadas. ¿Recordáis los elementos bisagra, que mencionaba en mi post sobre Van Gogh? 

 

 

Estaba el lenguaje bélico, las limitaciones en la libertad de movimientos y el encierro.  También, la omnipresencia de la muerte en los noticiarios, en los aplausos y en el ambiente.  Y por último un marco temporal muy especial, que me trasladaba de una forma muy clara, a los tres meses que duró la enfermedad y despedida final de mi padre.       

 

 

Aunque pasé el confinamiento en solitario, mi vida de entonces era un poco como los versos de Emily Dickinson que dicen: “No puedo estar sola, pues me visitan multitudes; incontables visitantes que irrumpen en mi cuarto…”.

 

 

A diferencia de los de Emily, mis visitantes si tenían ropas, nombre, tiempo y país. Eran personas de mi familia que me arrullaban a turnos, con canciones antiguas que cantaban y contaban sus historias de vida.   

 

 

Aquí va pues una pequeña selección de logros genealógicos de este año. El año que viene que habrá más.

 

 

 

1. ¡Mal rayo te parta, Napoleón!

 

 

Mi única visita a Ourense para investigar en los libros de la parroquia de Santa María de Castro Caldelas tuvo unas consecuencias imprevisibles.  Lo primero que descubrí es que las personas de mi familia, que yo creía que eran de Castro Caldelas “de toda la vida”, en realidad no lo eran.  Una de mis tatarabuelas, por ejemplo, provenía de Gullade, una parroquia perteneciente a Monforte de Lemos, al otro lado del río Sil.

 

 

Lo segundo no fue fácil de digerir. María, que así se llamaba mi tatarabuela, no llegó a conocer a ninguno de sus abuelos. Los dos fueron degollados por los soldados de Napoleón en abril de 1809, junto con dieciesiete hombres y una mujer de las parroquias de Noceda y Gullade. Esa primavera, las tropas francesas se batían en retirada, dejando a su paso una estela de devastación y muerte.

 

 

 

2. Mi conexión familiar con Torbeo

 

 

Si la familia de mi tatarabuela procedía de Gullade, la de su marido o más bien la de la madre de su marido venía de Torbeo, perteneciente a Ribas do Sil . ¡Esto sí que fue una sorpresa agradable!

 

 

Hace años que Torbeo está en la lista de lugares, con los que tengo un especial vínculo afectivo. Todos los años procuro visitarlo una o dos veces. ¡Y no sé ya cuántas, he hecho la ruta de A Cubela! Además, fue en Torbeo donde vivió Filomena Arias Armesto, la afamada sabia, hasta que fue desterrada.  

 

 

 

3. Las lecturas favoritas de mi abuelo Aurentino

 

 

Mi abuelo Aurentino murió cuando yo acababa de cumplir ocho años. De entre todos los libros que amó, hubo uno especial: Los topos. El testimonio de quienes pasaron su vida escondidos en la España de la posguerra”, escrito por Jesús Torbado y Manuel Legineche. Cuentan en la familia que mi abuelo se apresuró a comprarlo, en cuanto se publicó.  

 

 

Leer un libro sobre personas confinadas, en pleno confinamiento era una excelente opción. De alguna manera me ayudó a relativizar sobre las condiciones de mi encierro.

 

 

Además, era uno de los libros favoritos de mi abuelo. Así que, mientras lo leía, podía estaba más cerca de él.           

   

 

 

4. Bernardo, el eterno fugitivo

 

 

Entre las multitudes que visitaban mi cuarto durante el confinamiento, tambíen estaba Bernardo, un tío de mi abuelo Aurentino, que fue protagonista de sonadas fugas carcelarias.

 

 

Cada vez que el encierro me comía por dentro, recordaba su historia. Era evidente, que a pesar de no haberlo conocido, ejercía una enorme influencia sobre mí. De alguna manera, estaba como diría Bob Dylan, «under his spell”. Así que lo único que podía hacer era repetirme a mí misma: “¡No te identifiques!”.  Ya llegaría el tiempo de volver a pasear por los caminos.  

 

 

 

5. El duelo por la muerte de mi padre

 

 

Por último, estuvo la omnipresencia de la muerte. La pandemia nos sorprendió con miles de personas yéndose de este mundo, en soledad. También con miles de duelos aplazados, debido a la  imposibilidad de celebrar rituales de despedida, tal y como se hacía antes.

 

 

Nada que ver con el largo adiós que me brindó mi padre, hace ya cuatro años. Afortunadamente, yo sí pude acompañarle durante una parte de su camino de regreso a casa y susurrarle al oído los versos de Lhassa de Sela. ¡Sentí durante la pandemia una enorme tristeza por todas esas personas que morían en soledad y al mismo tiempo un enorme agradecimiento por haber podido estar con él! En medio de tanta desolación, había llegado para mí el momento de cantar un sentido «gracias a la vida»

 

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