LA INCREIBLE HISTORIA DEL RAPAZ DE SARRIA, QUE FUE A MADRID EN BUSCA DE FORTUNA

Las «galletas de la fortuna» son unas galletas de paredes delgadas muy populares en Estados Unidos, que llevan en su interior un trocito de papel con mensaje. ¡Dicen que hay personas que coleccionan esos papelitos! 

 

 

Cuentan que su creador fue un inmigrante japonés afincado en San Francisco, que llevó durante años la gestión del salón de té del Jardín Japonés, creado con motivo de la Exposición Universal de 1894.

 

 

En ese mismo año, Venancio Vázquez López inaugura su fábrica de galletas “La Fortuna”, en Pozuelo de Alarcón. El empresario gallego, sobrino de Matías López, quería diversificar su exitoso negocio, que bajo la marca “Venancio Vázquez”, fabricaba y comercializaba chocolates y otros produtos, en Madrid.

 

 

Hoy, el salón de té del Golden Gate Park sigue siendo una de las principales atracciones turísticas de San Francisco.

 

 

La fábrica de galletas “La Fortuna”, sin embargo, ya no existe. En el lugar que ocupaba, hay ahora un colegio.   

 

 

La biografía de Venancio Vázquez López   

 

 

La semana pasada asistí en Sarria a la presentación da biografía: “Venancio María Vázquez López. El chocolatero gallego y su Fábrica La Fortuna en Madrid”, escrito por el historiador Gregorio Sánchez Meco y promovido por Lola Vázquez, su bisnieta.   

 

 

 

 

 

 

 

Después de una breve exposición, Lola pidió a las personas presentes, que dijésemos unas palabras.

 

 

Podría contar que conocí a Lola, hace dos años. Por aquel entonces, la redacción de la biografía de su bisabuelo estaba bastante avanzada  y ella sentía la necesidad de ahondar en la genealogía de su bisabuela, Dolores Rodríguez Cubas.    

 

 

Con esta encomienda, dediqué  varias xornadas a pelear con las máquinas de visionado de microfilmes del Archivo de Villa de Madrid, para saber de las casas habitadas por Dolores y su familia, tanto de soltera como de casada. También trabajé con los índices digitalizados de los libros parroquiales, que se conservan en el  Archivo Diocesano de Madrid.

 

 

Venancio Vázquez López, un indiano de libro. 

 

 

Podría decir también que Venancio era un indiano de libro. Ya sabéis, lo que pone el diccionario: «Que emigró a América en busca de fortuna y regresó con riquezas».

 

Y diréis:  “¡No hizo las Américas, que hizo los Madriles!”. O también: “¡No cruzó el mar, que cruzó la meseta!”. Sí, pero la meseta basta para sentir la distancia física y emocional con la tierra. ¡ Se llama morriña!

 

 

Venancio llegó a construir su propia casa indiana en Sarria y  a plantar un cedro del Líbano y un castaño. La llamó además, «Villa Aurelia», para honrar a su malograda hija.  

 

 

“¡Ya se veía venir! Siendo el sobrino de Matías López!”, diréis también. Sí, Venancio no era un don nadie, pero aprendió el oficio desde cero, no como sobrinísimo. Creó y vió florecer sus propios proyectos empresariales.       

 

 

 

 

 

 

 

 

Destacó como empresario innovador, político liberal y filántropo, comprometido con Madrid, Galicia y Sarria. Fue el impulsor de la creación del Centro Gallego de Madrid, siguiendo el modelo de los centros de Montevideo y Buenos Aires. Lo concebía, como una institución orientada a ayudar e proteger a la abultada colonia de gallegos y gallegas, unas 60.000 personas, que entonces vivían y malvivían en Madrid.

 

 

También estuvo presente en la creación de la Cámara de Comercio de Sarria y reclamó una línea de tren, que uniese Pontevedra y la villa lucense.

 

 

“Mi bisabuelo fue un empresario, que no olvidó ayudar a los demás”, decía Lola Vázquez en la entrevista publicada por El Progreso de Lugo, el día anterior a la presentación del libro.

 

 

Venancio fue un hombre generoso y sensible, a las necesidades sociales de la época. 

 

 

Lola, la bisnieta que coleccionaba trocitos de papel

 

 

Pero volvamos ahora a Lola, la bisnieta que quiso conocer y compartir con el mundo, la historia olvidada de su bisabuelo. 

 

 

Ella cuenta , que durante años construyó la historia de  su familia paterna con silencios, palabras sueltas y retazos de conversaciones, robadas a los adultos. 

 

 

Venancio era para ella un ser totalmente desconocido, de quien no sabía siquiera el nombre. 

 

 

La historia de esta rama de la familia eran como tiras de papel, desplegadas en una mesa, a las que no le conseguía dar sentido. Uno de esos trocitos de papel ponía Sarria.     

 

 

Años más tarde, aparecieron otros, con nuevos nombres y palabras. En su mesa hizo espacio para uno,  que ponía Matías López.

 

 

Luego vendría el encuentro casual con Gregorio Sánchez Meco, promotor de la exposición y autor del libro sobre Matías López: “Cuando El Escorial olía a chocolate”.

 

 

A partir de ese momento, los papeles se amontonaron en  su mesa. Poco a poco y de una forma mágica, su historia familiar iba cobrando sentido.

 

 

El papelito, que ponía Venancio ocupaba ahora el centro.

 

 

El resto de la historia ya la sabéis… La historia de Venancio tiene ahora forma de libro. 

 

 

La genealogía es así. A veces requiere paciencia, confianza y la ayuda de la diosa Fortuna.  

 

 

 

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