Los documentos personales de nuestros antepasados -cartas, fotos, imágenes en movimiento, contratos, testamentos, diarios, objetos personales – son elementos muy valiosos para construir su historia de vida. A través de ellos, podemos saber de sus sueños incumplidos y de sus vidas incompletas, como las de cualquier mortal. Y también de los mandatos inconscientes, que se transmiten de generación en generación, para acabar lo inacabado. No hay nada más emocionante para mí, que leer una carta de un difunto.
Me gusta este poema porque destila eternidad y habla de la bendición de ser ordinario.
LAS CARTAS DE LOS DIFUNTOS
LEEMOS LAS CARTAS DE LOS DIFUNTOS, COMO IMPOTENTES DIOSES
pero dioses a fin de cuentas porque conocemos las fechas posteriores.
Sabemos qué dinero no ha sido devuelto.
Con quién se casaron rápidamente las viudas.
Pobres difuntos, inocentes difuntos,
engañados, falibles, ineptamente precavidos.
Vemos los gestos y señas que hacen a sus espaldas.
Cazamos con el oído el rumor de los testamentos rotos.
Están sentados frente a nosotros, ridículos, como en panecillos con mantequilla,
o se echan a correr tras los sombreros que vuelan de sus cabezas.
Su mal gusto, Napoleón, el vapor y la electricidad,
sus mortales curas para enfermedades curables,
el insensato Apocalipsis según San Juan,
el falso paraíso en la tierra según Juan Jacobo…
Observamos en silencio sus peones en el tablero,
sólo que tres casillas más allá.
Todo lo previsto por ellos salió de una manera totalmente diferente,
o un poco diferente, es decir, también totalmente diferente.
Los más diligentes nos miran ingenuamente a los ojos,
porque hacían cuenta de que encontrarían en ellos la perfección.
Wislawa Szymborska. (1923-2012)
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