Recuerdo perfectamente, ese día de junio, en que desayuné escuchando Papa Outai de Stromae. Esta canción era un grito desesperado por ese padre, que había desaparecido sin avisar, de un día para otro. Ahora que ya se ha ido, sé que está presente en cada célula de mi cuerpo, en los lunares y pecas que poco a poco van cubriendo mi piel y en cada uno mis gestos y movimientos. Gracias a él y con él bailo la Vida. A veces con rabia y otras veces felizmente acompañada y sostenida.
No hay Comentarios