BECERREÁ EN FOTOS. MARUJA ROCA

EL HECHIZO DE MARUJA ROCA. LA FOTÓGRAFA DE BECERREÁ

 

Hace meses que esta postal de Maruja Roca, que se titula “El tocador de laúd, la gitana Alegría, Marisú, el bebé y la bulería”, preside mi escritorio.

 

 

Esta imagen,  incluída en el libro “O feitizo de Maruja Roca», publicado por aCentralfolque y editado por Eutropio Rodríguez, con textos de Nieves Neira Roca, es una de mis favoritas.

 

 

La fotógrafa de Becerreá tenía debilidad por las personas, que estaban de paso.

 

 

Y de eso había mucho en la villa, gracias al ir y venir de la N-VI.   

 

 

Una de las categorías de transeúntes que Maruja Roca retrató eran los “mendigos”, esos hombres y mujeres, con los que cruzo a menudo, en mis investigaciones.

 

 

Personas sin nombre o datos de filiación conocidos, citadas simplemente en las notas marginales de muchos libros de difuntos, como “pordioseros” o “pordioseras”.

 

 

Otra categoría eran los “gitanos”, como el tocador de laúd y la gitana Alegría.   

 

 

La foto recrea una escena que no es real. No sabría decir cuantos elementos son “atrezzo”, proporcionado por Maruja. Tampoco podría afirmar si el hombre del laúd sabe tocar el instrumento o si la gitana Alegría sabe cantar y tocar las palmas.

 

 

Lo que sí sé es que no existe una relación familiar entre la niña que baila y la gitana Alegría. La niña de las castañuelas es realmente Marisú, hija de Maruja Roca y modelo habitual de sus fotos.

 

 

Pero lo que más me interesa de esta fotografía es otro asunto que tiene que ver con la crónica negra olvidada de Becerreá, que se resume con el siguiente titular.   

 

 

 

Veinte gitanos envenenados

 

 

Cuenta la prensa de la época que aquel invierno de mil novecientos catorce, fue especialmente frío.

 

 

Nevó tanto y tan seguido, que los lobos rondaban las casas de una aldea de Becerreá, “de cuyo nombre no puedo acordarme”.  

 

 

Si el escenario fuese en O Suído organizarían una batida, para conducir a los animales al foso, para darle muerte. Pero en esa parroquia, no había ingenios como ese.

 

 

Lo que idearon fue otra cosa. Casi diría que fueron a lo fácil. 

 

 

Dejaron en el medio del monte una vaca muerta envenenada, para que los lobos la comiesen. Pero lo que pasó fue distinto.

 

 

No contaban con que la vaca sería encontrada por «una banda de gitanos», que encenderían un fuego, la asarían y la comerían.

 

 

No contaban con que veinte por lo menos morirían, sin que el médico pudiese hacer nada.

 

 

 

 

Fonte: La Correspondencia de España: diario universal de noticias (29/01/1914)

 

 

 

¡Ay, qué desgracia! 

 

 

Aún así y por mucho que he buscado no encontré sus certificados de defunción.

 

 

Sólo sé que eran gente de paso. Eran personas invisibles a las autoridades civiles o eclesiásticas.

 

 

Aquello fue una desgracia tan grande, que mejor callar.

 

 

No hubo ciegos que incorporasen esta historia a su repertorio, como romance.

 

 

Desconozco si esta historia fue contada como cuento, por las pocas personas, que sobrevivieron.

 

 

Dicen que el tiempo todo lo cura.

 

 

Tic, tac. Tic, tac…Pasaron diez, veinte, treinta años y algunos más.  

 

 

Y por fin llegó el día en el hombre que toca el laúd, la gitana Alegría, la niña de las castañuelas y el bebé se reunieron, siguiendo las indicaciones de Maruja, para cantar y bailar por bulerías.

 

 

Quiero pensar que, justo en ese momento, Maruja sin saberlo, estaba exorcizando los fantasmas del pasado.

 

 

¡Un acto psicomágico pre-jodorowskiano!  

 

 

Todo el dolor y la culpa de aquel invierno de mil novecientos catorce, transmutados gracias a la magia de la fotografía.  

 

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