el parto de la forastera, que vendía quincalla

LA HISTORIA DE LA FORASTERA, QUE VENDÍA QUINCALLA

 

Hace unos meses, cuando investigaba en los libros de bautismos de la parroquia de San Mamede de Coence, que pertenece a Palas de Rei en Lugo, encontré una partida que me llamó la atención.

 

 

La palabra “forastera” anotada al margen, anunciaba algo grande. Crucé los dedos, deseando que fuese una peregrina, que venía de lejos. ¡Tantos años investigando y todavía no había encontrado peregrinos o peregrinas! Debajo de “forastera”, el cura había anotado el nombre de María Manuela. La verdad es que no era un nombre demasiado exótico. Como mucho, podría ser portugués.

 

 

Y no iba desencaminada, ya que la madre de la criatura era vecina de Catapeixe, en Redondela, en Pontevedra. Portugal no era, pero sí estaba cerca.

 

 

Seguí leyendo… María se había puesto de parto de una forma repentina en el lugar de Gontá de Abaixo, «cuando se dirigía a la feria de Monterroso con su tienda de quincalla», decía la partida.

 

 

 

 

“quincalla”
 
Palabra de origen francés, que se utiliza para referirse a conjunto de objetos de metal de escaso valor.    

 

 

 

 

 

Me imagino a María dejando a un lado su cajón de madera, repleto de pequeños objetos brillantes, para dar a luz a su hija. María era viuda, aunque no viajaba sola. Le acompañaban Manuel y Gregoria, vecinos también de Redondela, que apadrinaron a la pequeña Manuela. El padrino eso sí, lo hizo a condición de que le pusiesen su nombre.

 

 

No sé si María se repuso y pudo vender su mercancía en la feria del uno. Desconozco también si después de la maternidad, siguió recorriendo los caminos y visitando las ferias como ambulante.

 

 

Lo que sí sé es que este acontecimiento, que sacudió la cotidianidad de Coence, un veintinueve de mayo de hace más de doscientos años, fue el material, con la que se construyeron cientos de historias.

 

 

Cuentan que después del bautizo de Manuela, el padrino lanzó al aire varios puñados de botones de metal del cajón de madera de la recién parida, que cuando alcanzaron las manos de las niñas y niños allí presentes, se convirtieron en oro. «¡Viva el padrino!»gritaban al tiempo que sus manos, perseguían los botones dorados. 

 

 

Desde entonces, los habitantes de Coence visitan puntualmente el puesto de quincalla de la feria del uno de junio, en  Monterroso. 

 

 

Dicen que en cada una de las casas de la aldea, sus habitantes atesoran una cajita de madera, repleta de pequeños objetos metálicos, que aguardan silenciosos, la visita inesperada de una forastera, acuciada por los dolores del parto. ¡Sólo cuando ella llegue, se obrará de nuevo el milagro!    

 

 

 

 

 

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