Esta historia estaba escondida entre los expedientes personales de funcionarios del fondo «Concello de Santiago», que se conservan en el Archivo Histórico Universitario.
Es un relato de reminiscencias «dickensianas», con final feliz.
Los protagonistas son un guarda municipal y un niño de doce años, detenido, “por andar vagueando por las calles de esta ciudad y solo dedicarse a cometer raterías”.
El niño era de filiación y naturaleza conocida.
Por eso, al día siguiente de su detención, se acordó su puesta en libertad, con la condición de que un municipal lo pusiese en la carretera de Noia, con el fin de que regresase a su pueblo.
En definitiva, alguien debía de mostrar al infante el camino de vuelta.
Guarda y niño caminaron juntos, hasta la citada carretera.
Fue entonces cuando el guarda municipal se extralimitó en sus funciones.
El expediente disciplinario incoado por sus superiores, cuenta que, “al tiempo de despedirlo le dio un tirón de orejas y un junquillazo y que el chiquillo se echó a correr por la carretera abajo con tan mala suerte que se hizo un chichón en la cabeza”.
El guarda murmuró: “Misión cumplida” y se marchó, sin mirar atrás. ¡Debía de tener prisa por regresar a algún sitio!
El niño caminó solo, durante un buen rato. Cuando oscureció, se tumbó a un lado de la carretera y se durmió profundamente. Al cabo de un rato, lo despertó otro guarda menos agresivo, que lo llevó a su casa “dándole de beber y al otro día por la mañana lo llevó consigo por la carretera en dirección a su pueblo”.
Desconozco, si las personas que ejercían la patria potestad del infante fueron amables, cuando lo recibieron en Noia.
En 1895, la patria potestad era un asunto de familia, que pertenecía al ámbito estrictamente privado.
“La historia de la infancia es una pesadilla de la que hemos empezado a despertar hace muy poco. Cuanto más se retrocede en el pasado más bajo es el nivel de la puericultura y más expuestos están los niños a la muerte violenta, el abandono de los padres, el terror y los abusos sexuales”
Lloyd de Mause
Las autoridades nada podían hacer contra el maltrato en el ámbito intrafamiliar, pero si perseguir la conducta del guarda maltratador.
A José, que así se llamaba, le abrieron un expediente y se le sancionó con una multa de diez pesetas, que equivalían a cinco días de sus haberes. De alguna manera se hizo justicia.
Era una aberración que aquel que debía “proteger” al menor, lo maltratase.
¿Hay en tu familia historias de infancia con ecos de una novela de Dickens? ¿Sabes si trabajaron a edades tempranas? ¿Sabes si estudiaron? ¿Era el hogar un lugar acogedor o un lugar hostil?
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