Esta historia que ahora os cuento estaba escondida en un atado de documentos, que recoge peticiones realizadas por hombres y mujeres de distintas parroquias de Lugo, al obispo de la diócesis.
La mayor parte de estes pedidos están relacionadas con el deseo de la persona solicitante de contraer matrimonio.
Hay expedientes de soltería, de matrimonio secreto y otros como éste que persiguen obtener la declaración de viudedad de la contrayente.
Los personajes
CARMEN, nuestra Penélope, era una mujer de veinticinco años, natural de San Martiño de Condes, en Friol, de estado civil, casada, aunque más le valiese ser viuda.
Convivía en la misma casa familiar con su madre viuda y dos hermanas menores.
VICENTE, nuestro Odiseo, estaba ausente en América, a donde había ido, con el objeto de adquirir fortuna, dedicándose al trabajo.
Carmen había perdido la cuenta ya del tiempo que había pasado, sin recibir noticias de él.
Lo único que conservaba era una carta enviada desde las minas de Firmeza, a donde había ido junto con otros paisanos. F-I-R-M-E-Z-A.
Vicente había hecho la promesa firme de que regresaría. Pronto juntaría dinero para el pasaje y para compra una buena finca. Pero, el tiempo pasaba sin noticias. ¡Ni cuartos ni cartas! S-I-L-E-N-C-I-O.
Ella no quería pensar en todos los peligros que acechaban a su marido. Había escuchado muchas historias de enfermedades y de accidentes en las minas. Y ahora estaba todo ese asunto de la guerra.
El tiempo pasaba y los pretendientes llamaban a su puerta.
Llegan noticias de América
En octubre, se resolvió el misterio.
TOMÁS, un vecino de la parroquia de Santa María de Xiá, que acababa de regresar de Cuba, la visitó para contarle que, “hallándose trabajando en las minas de Firmeza en la provincia de Santiago de Cuba, se encontró con Vicente y continuó en compañía del mismo en dichas minas hasta el mes de junio, en que le consta que falleció en el Hospital de Trinidad, a causa de una puñalada que recibió en una casa de juego”.
Sus palabras fueron otras, pero copio literalmente su testimonio tal y como figura, en el expediente que se conserva en el archivo, con el título declaración de testigo.
Carmen le lloró lo justo. ¡Sólo Dios sabe cuántas lágrimas había vertido por él!
El muerto al hoyo y el vivo al bollo
En lugar de seguir penando por él, se aplicó el refrán de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”.
Al cabo de tres meses la viuda del muerto tuvo oferta “de una buena colocación por medio del matrimonio”, que esperaba contribuyese a remediar la delicada situación económica en la que se encontraba. Sí, habéis oído bien… En aquellos tiempos y por extraño que parezca, el matrimonio era una colocación.
En cualquier otra circunstancia, el párroco de San Martiño de Condes habría solicitado un certificado de defunción al Hospital de Trinidad y Carmen obtendría su carta de libertad, para casarse en segundas nupcias.
Pero eran tiempos de desorden y caos y el hospital bastante tenía con atender a los heridos de guerra.
El 24 de febrero de 1895, Oriente había gritado en una Cuba que quería dejar de ser colonia y conseguir esa comunicación de defunción era tarea imposible.
José Martí se había cruzado sin saberlo en la vida de Carmen.
Por eso, nuestra viuda suplicó al obispo que tuviesen a bien escuchar el testimonio de Tomás, el único testigo del infortunio de Vicente,
Finalmente y dado lo excepcional de la situación, Carmen se pudo casar, con el beneplácito de la iglesia.
La recién viuda encontró así “una buena colocación”, pero antes hizo prometer a su marido que nunca iría a buscar fortuna en América y le advirtió que quedaba totalmente prohibido jugar a los prohibidos.
¿Hubo viudas de vivos en vuestra familia? ¿Alguna historia de mujeres, que nunca supieron del verdadero destino de sus maridos en América? ¿Alguna de hijos e hijas marcados por la herida del abandono?
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