PROUST Y EL LIBRO PARROQUIAL QUE OLÍA A DDT

Un libro parroquial es una caja de sorpresas.

 

 

A veces encuentro entre sus hojas listas de la compra, publicidad de casas especializadas en artículos religiosos, estampitas de santos, cromos, calendarios, pequeños apuntes contables… Me encanta compartir fotografías de estos pequeños hallazgos, en mis redes sociales.   

 

 

Otras, descubro índices escritos con letra inmaculada y anotaciones al margen, hechas por un sacerdote pragmático. O una letra que se va deteriorando, que nos habla del declive físico del escribiente.  

 

 

También adivino, en ocasiones, sacerdotes con inquietudes literarias o artísticas: unas calaveras dibujadas en un libro de muertos, un plano de la iglesia con el lugar para cada difunto, la crónica detallada de un suceso o la descripción exacta de las ropas de una mujer anónima.

 

 

Y por último están los olores como el de tabaco o el de humedad, que se adhieren de una forma persistente a las hojas de papel.  ¿Os ha pasado alguna vez?  

 

 

La experiencia de investigar con libros en formato físico nada tiene que ver con aquel anuncio de EVAX , que decía a qué huelen las nubes.

 

 

Los libros parroquiales huelen a sus custodios y a los lugares, donde han estado almacenados.

 

 

Una vez, encontré un libro parroquial, que tenía trazas de DDT.

 

 

El olor de ese insecticida en polvo, ahora prohibido, había impregnado sus hojas. Y como una magdalena de Proust despertó en mí, recuerdos muy antiguos.

 

 

Recuerdo 1: Yo, agachada en la huerta de mi tía María, juego con un escarabajo de la patata y siento el cosquilleo de sus patitas en mis manos. Es para mí, un insecto amigo. Quizás intuyo que con el paso de los años, me transformaré en escarabajo.   

 

 

Recuerdo 2: Yo, en la antigua cuadra de la casa de mi tía María, manipulo un fuelle de madera, con el que se aplica el veneno. No recuerdo, si se guarda en una caja de cartón o un saco de papel… Tiene seguro un escarabajo de la patata, dibujado en el exterior. Y quizás la advertencia: “Mantener fuera del alcance de los niños”.  

 

 

Por lo borroso de las imágenes, calculo que serían mediados de los años 70.  El uso del DDT no se había prohibido en España, pero sí en Estados Unidos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por aquel entonces, nada sabía del ensayo de Rachel Carson, titulado “Primavera Silenciosa”, primer manifiesto ecologista, que alertaba sobre los usos de este y otros  productos químicos.  

 

 

Seguí pasando las hojas de ese libro con parsimonia, dejándome invadir por ese olor de infancia. Y sólo por unos segundos, maldije la digitalización de los archivos.

 

 

 

 

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