LA RUEDA DEL AÑO

LA PRIMAVERA EN LA RUEDA DEL AÑO

 

Mi tío Manolo se fue en Domingo de Pascua.     

 

Morir el día en el que se celebra la fiesta cristiana de la resurrección, puede parecer un sinsentido.

 

 

Sin embargo, me gusta pensar que hay un mensaje encriptado en la elección de esta fecha.

 

 

Manolo se despidió de nosotras, el día que representa la primavera y la vida que renace.

 

 

De alguna manera, su muerte esconde una invitación sutil a que abracemos la vida.   

 

 

 

“Te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida”

 

Deuteronomio, 30, 19

 

 

 

Lo de su resurrección es un asunto un poco más complejo.    

 

 

Yo tuve una amiga que resucitó, aunque en realidad nunca llegó a morir.

 

 

Recuerdo perfectamente aquella mañana de diciembre en que mi padre me despertó diciendo: «¡Tu amiga está viva!»

 

 

Esta experiencia marcó de una manera especial, mi relación con la muerte.

 

 

Desde entonces, siempre vivo las muertes que me rodean, con un halo de irrealidad.   

 

 

Me gustaría que mi padre entrase de nuevo en mi cuarto, diciendo: «¡Manolo está vivo!»

 

 

Pero, eso ya no posible, ya que mi padre también se ha ido.   

 

 

Su cuerpo, como el de mi tío, fue enterrado cristianamente, entre cantos y oraciones antiguas, agua bendita lanzada desde un hisopo y humo de incienso.  

 

 

Ninguno de ellos optó por la incineración, una práctica que la iglesia católica, acepta con la boca pequeña.  

 

 

No hubo ocasión para esparcir sus cenizas, en una suerte de ritual pagano, que la congregación para la doctrina de la fe, rechaza.

 

 

 

“Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no será permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma…”

 

 

Instrucción “Ad resurgendum cum Christo”

 

 

 

Lo que no sabe la doctrina de la fe es que, aunque hubiesen renunciado a ese ritual, los dos viven ahora en la Tierra de Caldelas, en los sotos de castaños de Celeirón, en las viñas que suben al Sobrado en Alais, en las aguas del río Edo y en las laderas de vértigo, pobladas de madroños, que descienden al Sil desde Matacás.

 

 

Hay quien dice que los ha visto en las inmediaciones del monasterio de Sampaio, en una de estas tardes soleadas de abril.

 

 

Hablaban del tiempo y de otros tiempos. Y ¿sabéis qué?

 

 

Ese alguien cuenta también que estaban felices y extasiados por la primavera que cada año explota, en ese rincón mágico de la Ribeira Sacra de Ourense.    

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